Cada cuanto
cuento mis cientos de lápices
por diversión talvez,
o por verguenza
de que tantos de ellos sean inútiles.
Cada tanto
detengo el aliento en mis pulmones
sólo para saber
qué siente un moribundo.
Cada cierto tiempo
me destajo el pecho
para saber si mi corazón aún late
debajo de las montañas de mis senos.
De vez en cuando
piso un insecto, sintiéndome Dios,
y preguntándome
cuánto tardará El Grande
en hacer lo mismo con nosotros.
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