Rutina Diaria


llueve sobre la ciudad una delgada capa de muerte
como cada día que pasa
y simplemente tienes que salir a intentar derrotarla
con un pobre intento de vida
das el primer paso confiado
mientras que al continuar
vas sintiendo como se va desmoronando
detrás de ti
todo lo que has construido
o por lo menos eso es lo que crees
el dolor te hiere los tímpanos desde temprano
mientras que el aire viciado te pudre los pulmones
y el oxígeno que respiras
es el que te pone viejo
y tu lo ignoras
y le echas la culpa al tiempo
que no tiene nada que ver en esto
llegas a tu trabajo y ves que no hay nada que hacer
las mismas caras
como un espejo de ti mismo
reflejan el matiz del día
y ves lujuria y odio
y te sonríes porque
te das cuenta
que tu no eres el único mierda del planeta
las manos se te enfrían
no lo sientes pero también estás muerto
como todos
piensas en todas las cosas que te rodean
y no encuentras nada que valga la pena conservar en la memoria
todas la escoria que te cogiste
todas las limosnas que negaste
todas las soledades que al mundo no le importaron nunca
los intentos de suicidio y las violaciones
y toda la porquería que te ha pasado
parecen lejanas amazonas hirientes
que tiñen el ambiente de rojo
mientras desgarran tus carnes a latigazos
quieres llorar y no puedes porque te van a ver
quieres morirte y no puedes por no añadir mas dolor a tu alrededor
y antes de lo que pensaste
ya terminó tu horario de trabajo
y te encuentras caminando a tu casa
a tu televisión y tus libros
para que no pienses
cierras los ojos y no quieres abrirlos nunca más
y cuando te ves obligado a abrirlos nuevamente
te das cuenta de que la puta vida te obliga a levantarte de nuevo
mientras invisible
la muerte cae sobre tu ciudad
sin tocarte

Deseo


La madrugada vuelve a encontrarme despierta
Con las peladas manos vacías
Y los pies fríos.
Ante mis ojos
La ciudad duerme
Y sólo nosotros, las gárgolas insomnes,
Somos testigos de la magia
Que ejerce Morfeo sobre todo.
Unas manos tibias
Toman mi cintura
Acariciando tóscamente mi piel.
Unos labios cortantes y húmedos
Besan mi cuello y mi espalda.
Detrás mío descubro un pene erecto y ardiente
Y las mismas manos que me acarician
Me obligan a volverme
Mientras buscan mis senos y mi sexo
Que apagan la sed del desconocido.
Me abandono, me entrego,
Mi garganta emite un gemido
Desesperado y dulce
Y mientras, este extraño,
Me penetra con un movimiento fuerte y rítmico
Para explotar ambos
En un grito agónico y orgánico
Que lo inunda todo sin remedio.
Ahora estoy sola nuevamente,
Otra gágola de las madrugadas,
Con el cuerpo ardiente y los pies fríos...
A la espera de otro cliente.

La versión de Dios (cuento)




Nunca pensé que todo terminaría así: las maravillas de la naturaleza, los enigmas históricos, la belleza de las diferentes culturas... jamás imagine que todo fuera perecedero, y mucho menos que fuese a acabar de esa forma.

El calentamiento global había alcanzado su punto máximo. Los océanos, los ríos, los lagos, las lagunas y los oasis iban desapareciendo rápidamente, mientras que los glaciares se convertían, a su vez, en un húmedo recuerdo de vapor.

NASA convocó a congreso a los más eminentes científicos de todo el mundo para buscar la más sensata solución ante la amenaza de extinción a la que se enfrentaba la humanidad. Después de un concienzudo análisis de métodos, probabilidades, posibilidades e hipótesis, decidieron que lo más sensato era desorbitar la tierra: sacar al planeta de su órbita y ponerlo en una más lejana al sol, cuestión de que orbitara en un espacio mas frío, y esto resolviera la inestabilidad meteorológica y le agregara al mundo 6,000 millones de años de vida.

El modo para hacer esto posible era muy fácil… simplemente había que teledirigir asteroides hacia las cercanías de la Tierra, que pasaran casi rozándola, de manera que le transfiera parte de su energía gravitacional para alterar su órbita. Entonces, será enviada a girar a un lugar más lejano del sistema solar, y por consiguiente más frío.

Al principio, los escasos científicos de la comunidad mundial privilegiados con la exclusiva información, se escandalizaron, pero la teoría presentada por los estadounidenses Laughlin y sus colegas Don Korycansky y Fred Adams, era muy lógica y practica. El único obstáculo ahora, era conseguir el asteroide correcto. Este debería tener unos 10, 000 kilómetros de diámetro y debería pesar unas12, 000 mil billones de toneladas.

Sentados en sus cómodos sillones, las mentes más brillantes de todos los países se decidieron por Némesis; una antigua teoría que surge por el descubrimiento, en 2001, de un cráter de 10 kilómetros de diámetro que se cree fue el causante de la extinción de los dinosaurios. Muller, un físico de la Universidad de California en Berkeley, trajo al mantel, en 1983, su teoría de que el Sol tiene una estrella compañera responsable de los episodios repetidos de muertes totales y destrucción en la Tierra.

Esta estrella, Némesis, se presentaba ahora como la única salida ante este gran problema, que comprometía a toda la raza humana, y del cual sólo las personas reunidas en aquel consejo de estados mundiales estaban alerta.

Midieron coordenadas, hicieron los cálculos correctos, y encontraron la hermosa estrella roja sentada entre sus hermanas a 2 o 3 años luz de nuestra galaxia. El plan era muy simple: dispararían a Némesis con cohetes químicos, dirigiéndola hacia Júpiter o Saturno, en donde recogería energía orbital. Luego, cuando el asteroide llegara a su mayor distancia respecto del Sol, se realizaría una leve corrección del curso, disparando motores en el asteroide, acercándolo una vez más hacia la Tierra, donde este, a su vez, aportaría energía orbital a la tierra haciéndola alejarse un poco del sol en una nueva orbita.

6:00am en Estados Unidos, 4:00pm en Jerusalén. Mientras Japón dormía placidamente, y en Azores los niños merendaban en las escuelas, en Rusia, a las 3:00pm, se lanzaba a la atmósfera el mayor esfuerzo de heroísmo, jamás realizado por la humanidad.

Los científicos miraban sus monitores, con un aire de culto nerviosismo mientras el primer cohete, de magnitudes increíbles, se elevaba exitosamente hacia el espacio. Al mismo tiempo, en Bucarest despegaba el segundo cohete, y en Hungría el tercero, similares ambos al cohete guía que se había lanzado antes desde el área 51 en Estados Unidos. Aunque hasta ahora todo había salido como lo planeado, los eminentes científicos involucrados mantenía una directa comunicación vía macro-ondas mientras el sudor les recorría las espaldas y hacía que se les estremecieran las entrañas.

Mientras esto sucedía, la incauta población terrestre continuaba sus vidas sin sospechar absolutamente nada de lo que acontecía encima de sus cabezas. En la Republica Dominicana se había interrumpido por un segundo la señal de las televisiones satelitales y se había levantado una pequeña nube de protestas. En Argentina, los muchachos seguían en la plaza, burlándose de los campesinos que llegaban emigrantes de la yerta Pampa, y en Eslovaquia una chica confiaba sus manos a una gitana ataviada con ricas ropas pasadas ya de moda, y descubría un destino atroz a la vuelta de la esquina. En algún lugar alguien elevaba una plegaria, cosa que ya no era muy común, y en otra parte del planeta alguien echaba por el inodoro, a falta de mar, las cenizas de un ser querido.

Nadie se percató del pequeño fulgor que atravesaba el cielo hacia un casi imaginario blanco destinado al desastre o la salvación.

En NASA la tensión se sentía en el aire. Casi se podían escuchar los corazones latir agitados dentro de los pechos de los ingenieros aeroespaciales y la ciencia tenia la sangre detenida, helada, en las venas. Este era, sin duda alguna, el momento más importante de la historia humana.

De repente se encendieron las pantallas que monitoreaban la misión, indicando que el piloto automático de cada cohete se había encendido, y el curso era el apropiado.

A millones de años luz de la tierra, Némesis dormía con tranquilidad y parsimonia. Su fisonomía no comprendía más que emisiones de plasma y una que otra explosión cada cierto número de millones de años. Su existencia era bastante tranquila, y en realidad no parecía la asesina, la maldita guardiana de muerte, que se decía que era. La verdad, era hermosa. Era una estrella grande y regordeta, cuya piel era teñida de diversos colores por explosiones surfáceas, dándole al fuego, que manaba de ellas, la gracia de la seda.

Los misiles despiadados y fríos se dirigían a toda velocidad hacia la enana marrón, mientas que esta disfrutaba de una cercana lluvia de meteoritos que caía en ese mismo instante en una galaxia próxima.

Cuando impactaron a Némesis yo me tomaba un baño de sol mientras veía a los jugar y chapotear en los pequeños charcos de agua que aun quedaban después del calentamiento planetario. Poco se sabía ya de esperanzas y sueños pues ya la mecánica lo había borrado todo. Increíblemente, la tecnología que antes les parecía imposible, era entonces parte del museo de historia del hombre. Todo lo que habían querido los habitantes de la tierra lo habían alcanzado con éxito: la paz mundial, la unificación de la moneda, y la eliminación de las fronteras. Aun así, se proponían destruir una pobre estrella que no le había hecho mal a nadie voluntariamente.

En fin, los cohetes alcanzaron la superficie de la estrella y la misma se estremeció de dolor, mientras se veía obligada a salir de su tranquilo reposo para correr disparada rumbo a la orbita terrestre.

En Tierra, la vida continuaba normalmente; las parejas rompían y se reconciliaban, nacían niños a cada minuto, y el gobierno se ocupaba de los pequeños problemas de la cotidianeidad mundial. En NASA, sin embargo, los científicos veían cada vez con más cuidado el trayecto de la estrella con dirección al joven planeta. No fue hasta que se percataron del diminuto meteoro, que colisionaría irremediablemente con la mega estrella, que los científicos se preocuparon.

La colisión se realizo sin más pena ni gloria que un sordo “BANG” y la ardiente superficie de la Estrella De La Muerte se trago de un bocado al meteorito. No obstante, esto fue lo único necesario para mover a Némesis unos 20 grados dirección noreste, y marcar con una tiara mortecina a todo un planeta.

Lo que vino después es predecible: Los habitantes de Tierra miraron aparecer un segundo sol en el cielo, que aumentaba de tamaño considerablemente al paso de los días, el gobierno sucumbió ante el pánico general, y los científicos fueron abucheados por las masas, porque al fin y al cabo era mejor morir lentamente por la escasez cada vez mayor de recursos naturales, que morir rápidamente calcinados por el impacto desintegrante de un gran sol. Desgraciadamente ya no había nada que hacer. A mi me toco ser un espectador mas de la horrible escena.

Tierra fue devorada en facción de segundos por el nuevo gran sol, y los demás planetas salieron disparados por la galaxia al ver su coherente unidad mutilada.

Yo, sin embargo, me siento muy triste. ¡Tanto potencial, tanta hermosura…! Me duelen los pequeños, los que aún no tenían culpas... ¡Tantas cosas buenas tenia esta raza! ¡Tantas riquezas, tanta gloria! No puedo evitar un sollozo de dolor y soledad desde mi existencia eterna. No sobrevivió nada. Ya no me llegará una que otra plegaria, no me divertiré viendo crecer los niños, ni se enternecerá mi corazón con las parejas que se aman... Ahora, sentado aquí, al final de este terrible día, solo como al principio, no me queda más que buscar otra roca y, sólo para entretenerme, comenzar todo de nuevo.

La Feria (cuento)



Hoy, el barrio “Los Santos” amaneció distinto. A muchos nos despertó el grito de un escolar que pregonaba alegremente: “¡Llegó la feria, llegó la feria!”. Al mirar por mi ventana puedo comprobar que, efectivamente, el local baldío al lado del basurero esta flamantemente equipado con una maquina de “La Sillita” y otra de “La Estrellita”. Todo el terreno está acordonado, como para querer aislar la maquinaria de la basura a su alrededor.

Aún somnolienta, me dispongo a irme al trabajo. Me doy un baño rápido, me cepillo los dientes y me visto mientras sorbo de la taza un café recién hecho, cuyo aroma humea y embriaga. Mi madre me bendice en mi camino hacia la calle, donde me dispongo a esperar un carro de “concho”, mientras vigilo que el tiempo que corre en mi muñeca no me deje atrás.

Un minuto. Nada. Otro más. Y de repente, como si algo más poderoso que yo me llamara, no puedo evitar mirar hacia “La Feria”. Los niños que van al colegio la miran y cuchichean haciendo planes para más tarde. Los demás, los que aún son muy pequeños, miran con asombro la maquinaria y el tamaño de las atracciones, para correr luego a sus casas, donde seguramente atormentaran a sus madres para que les prometan que les llevarían en la noche, y estas dirán que sí, sólo si estos prometían ser buenos todo el día.

Los “motoconchos” del barrio hacen planes y piensan en lo lucrativo que será para ellos la llegada de aquella feria rodante. Los barrios vecinos se enterarían por los niños en las escuelas, y los padres, los borrachos y una que otra prostituta, se verían obligados a acudir a la gran apertura. Los “conchos” sólo trabajan hasta las siete de la noche, así que esta es una gran oportunidad.

No logro evitar notar que hay además un puesto de taquillas y otro puesto destartalado que probablemente se convertirá en la noche en un puesto de palomitas o algodón de azúcar.

Un bocinazo me saca de mis pensamientos; mi carruaje ha llegado al fin. El carro está vacío y me monto en el asiento de alante, junto al conductor. Es un auto maltrecho, muy oxidado y dañado por el tiempo. Félix, el chofer me es muy familiar. Su voz vivaracha y sus ojos negros me terminan de sacar del letargo que me ha provocado la espera:
- ¿Tú tenías tiempo esperando?
- No.
- ¡Tu si vas bonita hoy!
- ¡Es que soy bella!
- Si, yo lo sé…
- ¡No, ombe! Si es que tenemos el almuerzo de los empleados, y como van los jefecitos, uno no puede verse muy muerto de hambre.

La mirada se le pierde a Félix en el camino. ¡Quién sabe lo que estará pensando! La calle tiene bastantes hoyos. Quizás los cuenta, igual que yo. Suman treinta y siete baches en las diferentes calles que atraviesa la ruta del “concho” hasta mi parada.
- Déjame, Félix.
- ¡Qué tengas buen día! – deteniéndose al lado de la acera; siempre en el mismo lugar.
- Gracias, igual para ti. – mientras me apeo y cierro la puerta.
- Gracias… - alejándose.

La acera, la calle, los vendedores ambulantes y el portero del edificio en que trabajo están igual que siempre. La ciudad no sabe que en mi barrio hoy ha amanecido una Feria. No sabe que los niños esperan impacientes en las bancas de la escuela a que suene el timbre de salida. No tiene ni idea de que los “motoconchos” han hecho ya planes con el dinero que esperan recibir. No. A las grandes empresas no les importan las ferias de los barrios.

Mientras me dirijo a mi cubículo, y los demás empleados me sonríen y me saludan, pienso en las ferias de mi niñez. Me encantaba subirme a “La Sillita”, y pensar que volaba, que era una princesa en un columpio encantado, o que era un hada, y que el palito del algodón de azúcar, que sostenía con fuerza entre mis manos, era la varita mágica.

He llegado. Pequeño, cuadrado, estrecho y gris. Un escritorio y, sobre éste, un teléfono, un computador, una engrapadora, dos lápices y un lapicero. Una silla giratoria le hace compañía al escritorio, que de otro modo se sentiría muy solo, aunque muy adornado.

Coloco mis pertenencias en el primer cajón, y enciendo el ordenador. Tengo montones de trabajo por digitar, pero al sentarme en el sillón de repente me ha vuelto a dar la sensación de que estoy en “La Sillita”, y que de un momento a otro voy a emprender vuelo. Enseguida el timbre del teléfono me saca de mi ilusión. Es Lina. Que qué me he puesto para ir hoy. Que no me ha visto. Que si me veo bonita. Le respondo y no le hago conversación. Estoy algo enojada con ella por haberme robado mi momento de fantasía. Cuelgo.

Me envuelvo en mi trabajo: computarizo, digito, contesto el teléfono y aprovecho para hacer un garabato en una hoja de papel que seguro irá a parar a la basura. No es sino hasta la hora del almuerzo que me permito detenerme. El comedor se ve distinto, decorado con globos y limpio. Al final del salón, en una mesa larga, se puede ver la comida muy bien organizada y hasta se ve que está rica. La mesa de los jefes está justo al lado de las bebidas. Es la que mejor ubicada está. No es raro. Este tipo de eventos no es más que una artimaña para hacernos conscientes de que ellos son los jefes, y que hay que tener cuidado, porque un día de estos a cualquiera lo mandan para su casa como al perro arrepentido: “Con la cola entre las piernas”.

Lina me ha guardado una silla, y me siento junto a ella. El discurso del Presidente de la compañía es igual de aburrido que siempre. Hacen varias rifas de chequecitos que no dan ni para comprarse un plátano, y como siempre yo no me he sacado nada. Ha llegado la hora de comer y todos nos ponemos en fila, como el que está pidiendo, y mientras regreso a mi asiento con mi plato en la mano, no puedo evitar sentir una pequeña sensación de tristeza, al pensar en todo el trabajo que aún me quedaba arriba, en mi pequeño, cuadrado y gris cubículo.
- Oye, Roberto te está mirando.
- Lina, para ti, Roberto siempre me está mirando.
- ¡Pero si es verdad! Lo invité que se siente con nosotras a almorzar.
- ¡Pero que mierda la tuya!
- ¡No te pongas brava! Es buen mozo y uno de los que mejor gana de nosotros. Además me dijo que está interesado en ti. ¡Date un chance!
- ¡Cono! Déjame vivir, que a mi el tipo no me gusta.

Roberto llega y se sienta justo frente a mí. Trabaja a tres cubículos del mío, pero tiene más tiempo que Lina y yo juntas, en la empresa, así que gana mucho más. Me mira y me dice que estoy linda. Le digo que gracias y me enfrasco en analizar visualmente mi comida, buscando cortar la conversación antes de que comience.

Así, mientras la conversación fluye a mi alrededor entre Lina y Roberto, yo me pierdo entre los granos de arroz y los gandules. Con mi cuchara organizo una pequeña montaña de moro que tiende a avalanchar hacia el mar de pollo en salsa blanca, mientras los inexistentes habitantes del bosque de lechuga y repollo miran impotentes…

- Preciosa… ¡Oye, linda…!

La voz de Roberto me llega desde lejos, como un eco. Respondo. Que si quiero salir con él algún día. No, muchas gracias. Que a cualquier sitio, que él paga. No, no estoy interesada. El se para y se va, con una mirada triste que casi conmueve. Lina me ve como que he cometido un crimen. Ni una palabra.

Me levanto y me voy de vuelta al cubículo. A trabajar. Más teléfono. Más digitar. Mucho más computarizar. Hora de irme. Por fin.

Saliendo, me percato que Lina se sube al auto de Roberto. Está un poco sonrojada. No se ha dado cuenta de que la he visto. Mejor así. Me sonrío en mis adentros… mucho mejor así.

De pronto, mientras me dirijo a coger el “concho”, el recuerdo de La Feria me vuelve a golpear. Empiezo a querer recordar la última feria que visité de niña, y me envuelve un aire de melancólica alegría. Mi mamá solía llevarme en las noches, muy agarrada de la mano, y permitirme mirar primero, mientras comía algodón de azúcar, hasta que me decidía a subirme. Luego se subía conmigo, y me abrazaba fuerte hasta que, después de una vuelta o dos, me decidía a ir yo sola. Entonces me miraba desde el suelo y parecía una hormiguita amistosa, mientras agitaba su mano saludándome. Después, la próxima máquina.

Me descubro en la misma esquina de siempre, atestada de gente que espera, como yo, el transporte público para poder llegar a sus hogares. Pero ellos, los demás, los grises, los de afuera, ellos no tienen una Feria esperándolos en casa, como yo.

Ahí viene Félix. Se detiene justo frente a mi para que tenga chance de subirme entre el mar de gente que se avalancha hacia en maltrecho automóvil. Me acomodo lo mejor que puedo, y pago en silencio. Félix se ha dado cuenta de que quiero estar sola con mis pensamientos por un rato, y se limita a observarme por el retrovisor. Mi mente se ausenta enseguida del mal olor del hombre sentado junto a mi, del llanto del bebé que viaja un poco más allá, del debate político de los pasajeros del asiento delantero y de la bachata que ameniza todo aquel cuadro dantesco.
Viajo a la tierra de los cuentos de hadas, donde puedo volar y ser algo más que una simple asistente de ventas: aquí soy un ser que puede desprenderse de sus ataduras carnales, y volar… rápidamente soy un hada, una ninfa, soy una musa, una parca.

Mi parada. Ha llegado muy rápido. Demasiado rápido. Dirijo una leve sonrisa a Félix, quién me dice algo que no logro entender entre el bullicio que proviene del local al lado del basurero, y el del carro mismo, pero igual le sigo sonriendo mientras me alejo. Miro a los niños correr hacia y desde La Feria, y hago la decisión: seré de nuevo un ángel volador en La Sillita.

No corro a mi casa por vergüenza con la población adulta que me rodea. Llego al umbral y beso a mi madre sin una palabra. Ella debe de haber adivinado el secreto detrás de la risa en mis ojos, porque no me ha dicho nada, y sólo se ha dedicado a recibir ese beso tibio que he depositado en su mejilla. Dejo mis pertenencias encima de la cama y me desnudo. El aire, un poco frío, hace que me estremezca un poco y mis pezones se endurezcan. Mi desnudez se refugia en una toalla, y me dirijo al baño con premura. Dejo caer el agua por mi cuerpo y me deleito en su suave caricia de hielo. Me permito emerger desde el ensueño y la libido, y busco de nuevo la tibieza de la toalla. Saco mi mejor vestido: el morado, con encajes en el ruedo de la falda. Es hermoso, y lo he estado guardando para una ocasión especial. Es como si el vestido al igual que la niña que, hasta esta tarde, dormía en mí, hubiesen estado aguardando este momento. Me visto, me suelto el pelo y lo corono con un cintillo blanco. Me perfumo, y salgo hacia la calle, como si yo misma fuera un sueño.

Me dirijo con paso firme hacia La Feria. Recién ahora esta calentando las máquinas. Eso me da tiempo para comprar mi taquilla y un algodón de azúcar. El letrero de la taquilla lee “Treinta pesos”. Un poco excesivo, pero pago. Ahora a la máquina del algodón de azúcar. La mujer es toda sonrisas. Debe de preguntarse qué hago yo ahí, o dónde estarán mis hijos.

- Un algodón, por favor.
- Bien, son veinte pesos.
- No hay problemas. – pasándole el dinero.
- ¿Viene sola? Las mujeres bonitas no deben de andar solas. – entregándome el dulce.
- Eso no es un problema. Vivo cerca. Gracias. – alejándome.

Es increíble cómo ha crecido la fila para La Sillita en tan pocos minutos. Creo que es la emoción de ver como la prueban lo que hace que todos nos dirijamos a ella en vez de a La Estrellita, que ya ha sido probada más temprano y permanece inmóvil con sólo un par de enamorados aspirando a ser sus pasajeros y a un beso en las nubes.

Se le puede escuchar sus goznes crujir con un quedito triste y común que no le extraña a nadie. Por fin se deciden a hacer pasar la gente. A mi me tocará en el segundo grupo, porque la fila está muy larga. Los operarios del aparato hacen entrar a las personas por la destartalada puertita y les ayudan a subirse y amarrarse a las sillas de metal. La verdad es que la parafernalia del asunto me tiene un poco cansada. Ya quiero que sea mi turno. La máquina se pone en marcha. Los goznes crujen con más fuerza. Los niños gritan de con alegría y éxtasis. Una vuelta, otra más. Cinco minutos de vuelo, y ya está.

La excitación crece al acercarse nuestro turno. Los antiguos pasajeros salen por otra puertita igualmente desvencijada, pero al otro extremo de “La Sillita”, y una vez todos están fuera, nos dejan pasar a nosotros.

Me siento en una sillita azul, y desde antes que vengan a “amarrarme” a ella, ya me siento volar. Me colocan el arnés y dan una última ronda para comprobar que nadie se lo ha quitado. Los tornillos y tuercas comienzan a expresar su cansancio sonoramente, y el aparato se pone en movimiento.

La fuerza centrífuga empieza a hacer su efecto, y comienzo a volar. Los tornillos chillan con más fuerza de lo que hubiese deseado. Cierro los ojos y levanto mis manos. Puedo sentir mi vestido morado moverse con el viento. Estoy volando. Mi corazón rebosa de alegría. A lo lejos puedo escuchar los gritos de los demás. Yo no grito. El placer embriaga mi alma. Abro los ojos y puedo ver que me he transformado. Mis manos, mi piel, tienen un extraño brillo. Mi vestido es más hermoso, más transparente, y ahora tengo alas. ¡Tengo alas! No puedo evitar sonreírme, y luego lanzar una carcajada magnífica y sincera. Ahora ya no está la feria. ¡Soy un hada! Y me alejo volando, feliz, hacia el otro extremo del universo, sin mirar atrás, sin ver mi cuerpo en el piso, ahogado en un charco de sangre.

Abandono


Exhalo un ardiente y nuevo
Aroma a soledades acompañadas
De besos y promesas ingenuas
Y un temblor de deseo
Rompe el subsuelo
Se trepa por las peñas de las cañadas
Se arrastra por los suelos fríos y húmedos
Emerge del vacío para ser todo
Amarra a su volcánico paso
A los vivos,
Las tumbas rotas,
Las flores, los chocolates,
El café de la esquina,
A la marchanta con su andar triste,
Las calles atestadas de gente,
Los perritos, los gatos y los niños olvidados,
Las cosas con alma,
El cielo de los amantes,
Los infiernos de los burócratas,
Las heces de los caballos
Y a mi,
Que a su merced sólo soy,
Una mujer abandonada
A los atrios del éxtasis
Desnuda y expuesta
Envuelta en el ligero vapor
De la noche que llega.

Rosa Silverio en el Atrium



Este fin de semana tuve la oportunidad de compartir con una gran mujer; luchadora, trabajadora, cazadora de sueños y celosa guardiana del arte de la escritura: Rosa Silverio.
Para mi fue un encuentro que marcó mi vida para siempre. Ella talvez nunca lo vaya a saber pero, para mi, su sola presencia y la elocuencia de su discurso son más que inspiración y nunca encontraré palabras que puedan expresar mi agradecimiento por haberme devuelto mi vida.

Ignorada



Al pasar, evitamos mirarla
Mientras ella nos mira con tristeza
Como queriendo unírsenos
Y olvidarse de ella misma.
La exiliamos al nacer
Y con ella a todos los suyos.
La alejamos para olvidarla
Como una enfermedad incurable,
Virulenta, contagiosa
Mientras en ella crece un odio inocente
Hacia nosotros,
Los mejores
Los diferentes
Los alegres
Nosotros los indiferentes
Pretendemos ignorarla,
Desaparecerla y borrarla,
Como a un mal recuerdo.
Ella se va llenando las vísceras
De un ruido casi musical.
Sus tripas vacías se revuelven con ira.
Oscura
Sedienta
Y aún así vibrante
Se oculta a nuestra vista
Con la vergüenza taladrándole los huesos
La barriada

Migración de Serpientes

Penélope


Esta joven que espera a alguien me hizo recordar a Penélope: siempre esperando.
Cuántos no estamos parados junto a las carreteras de la vida, viéndola pasar, sin decidirnos a participar de ellas??

El primer E – Mail



Mi sobrino me ha enviado su primer e-mail. Sólo tiene 4 meses y ya anda mandado
e-mails. Adrian, es mi primer y único sobrino.
Para aquellos que no han tenido la mágica oportunidad de ser tíos/tías, quiero decirles que es la experiencia más chula (además de ser padres, me imagino). Tener un pequeño ser que te mira con cariño y se ríe contigo es lo más energizante del mundo.
“El niño de tía”, como se le conoce en mi casa, vive lejos, muy lejos (en los EU) y nunca nos hemos podido ver la cara frente a frente. Es por eso, que para mi es tan especial su “correo electrónico”.
Aunque estamos lejos, mi hermana ha hecho un magnífico trabajo de conexión familiar con “La cosita de tía”, y cuando el bebé y yo hablamos por teléfono, el se ríe, me habla y dizque me pone atención. Algo debe de conocerme y quererme, no? Al fin y al cabo me mandó su primer e-mail, no?

Es increíble cómo los niños de ahora se diferencian de nuestra generación. Antes los bebés nacían con los ojos cerrados, y duraban inmensidad de tiempo sin poderlos abrir. Ahora nacen con los ojos abiertos, y muchos, como mi sobrino, ya los tenían abiertos desde la panza de la madre. Antes, duraban muchísimo para empezar a hablar, y ahora, desde los 3 meses ya comienzan a “gorjear” queriendo conversar con uno… Y para colmo, ya mandan e-mails!!

P.D.
Este es el e-mail que me envió:

nmhbzwqhbm.lbhbjiui
/l bbvdxs
ZX76OK

Adios



Estuve preñada de sueños
Y sin embargo
El final es inminente
Prematuro
Las promesas engendradas
Perecen en un aborto
Espléndido y breve
Y el amor pone su bandera
A media asta
Un dolor intenso
Me recorre las vísceras
Desde hace días
Y mi corazón acaba de emitir
El último latido
De su exhaustiva tristeza

De mis recuerdos emerge tu figura
Escueto y tranquilo
Caminando símicamente
Hacia “no a mi lado”
Y dejándome
Preñada de sueños
Adolorida
Sola